martes, 28 de enero de 2014

Cuatro-chincue-chéi (Música para llevar)

Sucedió hace unos años, muy de mañana, durante una de esas farragosas gestiones que te recuerdan que tu rutina diaria no es tan mala; que puede empeorar con las colas y los trámites burocráticos. Me encontraba yo en séptimo u octavo lugar de una fila esperando a que abriera la oficina de los DNI’s. En poco más de dos minutos ya tenía otras ocho o diez personas detrás, y allí, en uno de los últimos lugares donde te gustaría estar, dormitando en silencio, muy probablemente sin peinar y con un simple café en el estómago, vino a mi mente una melodía: “Chero tré, chero tré, cuatro chincue chei… Na-na-narana-na-na-ná…”.

 

Es lo que tiene la mente, que no tiene puertas, y la encargada de vigilar el acceso, la consciencia, a veces se relaja. Y es lo que tienen también las melodías pegadizas, que basta que las hayas oído de pasada y sin darte cuenta para que se agarren a la masa gris y la asalten cuando menos te lo esperas. De pronto la consciencia retornó a la cola de los DNI’s, la música se detuvo y recuperé el (triste) sentido de la realidad: miré alrededor y vi caras de sueño, de aburrimiento, de desesperación. Entonces me imaginé que alguien tuviera el poder de escuchar los pensamientos de la gente, como en el inicio de aquel capítulo de Friends, y fui haciendo un barrido mental por la fila. Me imaginé voces diversas verbalizando pensamientos que casaran con sus rostros, del tipo “Dios qué sueño tengo”, “No sé si he apagado el calentador cuando he salido de casa”, “cuando acabe con esta mierda tengo que pasar por el Mercadona”… Y al llegar a mi cabeza, sonaría con fuerza la voz de la Carrá y su “Chero tré, chero tré, cuatro chincuechéi… Na-na-narana-na-na-ná…”. Empecé a descojonarme yo solo, y de ese modo saqué de su ensimismamiento a varios compañeros de viaje. ¿Cómo se descojona este tío a las 8 de la mañana en la fila para renovar el DNI?

Me gusta la música y creo que si hubiera empleado tiempo e interés, quizá hubiera aprendido a tocar algún instrumento (algo sencillico, nada de violines ni pianos). Siempre tengo una canción en la cabeza, siempre voy silbando o cantando algo (debo ser bastante molesto, lo sé), y siempre abro el oído ante la música de las cosas, y ante las melodías que me recuerdan a otras melodías, y ante las situaciones que me evocan ciertas melodías. Pondré algunos ejemplos de todo ello, en plan popurrí:

-Hace tiempo tuve una impresora que cuando se preparaba para imprimir, emitía un sonido que era clavado a aquella otra canción de Rafaella Carrá (de nuevo la Carrá, qué grande), la de “Para hacer bien el amor hay que venir al Sur”. De hecho, el sonido de pre-impresión era justo el de las notas de esa frase, una por una, y al llegar “al Sur” se ponía a imprimir. Y claro, cada vez que yo tenía que imprimir algo, ya se me quedaba la canción en la mente todo el día.


-Hace tres años, estando en París, cogimos el RER para ir a Eurodisney. Y resulta que las puertas de ese metro-tren, al cerrarse, emiten un aviso sonoro con cuatro notas de la canción “Tu m’as promis” (creo que la canción se llama realmente “Tu es foutu”). Es una canción francesa, así que cuadra en un metro parisino, y el pitido tiene la misma sonoridad del organillo o acordeón con el que suena en el “Tu m’as promis”: en concreto son esas cuatro notas que se oyen justo antes del estribillo, en tono descendente. Y claro, cada vez que se cerraban las puertas del RER, allá que me ponía yo a cantar el estribillo ante la mirada incrédula de mi mujer, mis hijas y algún francés próximo.


 -La melodía de los clásicos despertadores Casio se corresponde con las cuatro notas del estribillo de “Staying alive”, de los Bee Gees. Tiene sentido, porque el despertador quiere mantenernos con vida devolviéndonos a la vida consciente de los despiertos. Se trata sólo de esas dos palabras y sus cuatro notas, “Staying alive”, que los Bee Gees dicen dos veces cada vez en su estribillo, pero que el despertador repite una y otra vez en un bucle sin fin. Y claro, a veces, cuando suena mi despertador, allá que me levanto yo cantando la cancioncica…


-Aunque por las mañanas se me va pronto el “Staying alive”, porque tengo otra canción para despertar al resto de la familia: “Morning’s here, the morning’s here, sunshine is here, the sky is clear…” (Procede de un capítulo de Friends).

 

-No sé si recordáis la musiquilla que sonaba hace años cuando apagabas Windows, esas cuatro notas… Defiendo la idea de que se trata de un plagio, casual o no, de un fragmento de “Under pressure”, la famosa canción de Queen y David Bowie. Se trata de ese tonillo que suena con piano justo antes de los chasquidos de dedos, al final del tema musical. Y claro, cada vez que apagaba Windows y me había dejado el altavoz con volumen, oía la cancioncica y me ponía a cantar “Under pressure… Under presure…” Ná-na-na-ná… Enorme canción.



-Al poco tiempo de que el cantante argentino Coti popularizara en España su “Nada fue un error”, me di cuenta de que cada vez que la escuchaba, en un determinado punto, me venía a la mente la sintonía de los dibujos de David el Gnomo. Y sí, yo creo que hay una parte que se parece bastante y que ejerce de conexión entre esas dos canciones. El Gnomo que era buena gente pero un poco flipado (decía que es siete veces más fuerte que tú, y no te conoce de nada), resulta que tampoco cometía errores.

 
 

-Trabajé en el Museo Arqueológico durante unos años. Cuando hacía rondas por las salas para vigilar, cada vez que pasaba por la recreación de una cueva con pinturas rupestres, en un momento concreto del tétrico sonido ambiental que amenizaba dicha sala, me venía a la mente la canción de Rod Steward “Do you think I’m sexy”. Esto parece cogido con pinzas, lo sé, pero es que el sonido pisaba el mismo camino que la musiquilla que se repite en la canción, y que casi hace de estribillo instrumental. Y claro, cada vez que salía de esa sala, lo hacía tarareando a Steward.


-Cada vez que acabo la jornada laboral y conecto la alarma de mi trabajo, mientras comienzan a sonar esos pitidos estresantes que te avisan de que tienes que perder el culo ya mismo antes de que la alarma explote, Rafaella Carrá vuelva a asaltarme la mente con su “Explota explota m’expló, explota explota mi corazón…”. No lo puedo evitar. La canto a pulmón vivo.


-En situaciones positivamente emotivas y sentimentales, como dar un regalo a alguien por su cumple, o darle un abrazo o dos besos, o dar las gracias por algo, me viene a la mente y a la boca la parte central de la sintonía de “Love Story”:



 -En momentos en los que alguien está enfadado o da muchas órdenes, me viene a la mente la melodía militar de corneta tan famosa, que suena cuando hay que marchar rápido y hacer muchas cosas… En plan recluta patoso. No recuerdo el título y no la puedo compartir. Pero me gusta tararearla para rebajar mi propio nivel de tensión.

-En momentos solemnes, me viene a la mente y a la boca la canción de “Pompa y circunstancia”:

 

-En momentos de suspense o de enfrentamiento, me viene a la mente una canción que creo que no está escrita y por eso no puedo compartir, pero que podría asemejarse a la de Tiburón mezclada con Drácula. Y si me apetece, la versiono en plan oriental, lo que yo llamo “terror japonés”.

-Cuando tenemos que salir de casa todos a la vez, mi mujer, mis hijas y yo, y hay que cargar bolsas, y trastos, y juguetes, y poner abrigos y zapatos y demás, me viene a la mente y a la boca la famosa canción del circo, esa de los malabaristas. Y la canto. Creo que es un tema clásico pero no recuerdo el nombre ni el autor. Imagino que lo sabréis.

-Hay otras canciones que me asaltan de vez en cuando... Por ejemplo, a veces, a la hora de comer, me viene el "Cocinero, cocinero, enciende bien la candeeeelaaa...", creo que es de Manolo Escobar. También suelo tararear "Bailemos el bimbó" de Georgie Dann, canción con connotaciones homosexuales, creo, aunque no sé la razón... Me parece que es porque sale en una película, no recuerdo cuál, en un momento en el que se ve un bar de ambiente gay y están allí todos bailando. Luego, también suelo silbar una versión muy personal del himno de España, recreado con el ritmo y tempo de la canción de Barrio Sésamo, en plan pachanguero y lúdico-festivo. Me encanta mi versión del himno, creo que de grabarse con instrumentos y tal, uniría mucho a la nación española y reflejaría con bastante fidelidad eso que llaman "Marca España". Y a veces también silbo el himno de Riego o las canciones de los dibujos animados como Doraemon o Bob Esponja...

Ya veis qué musical puede ser la vida… A veces, quizá demasiado, jejeje…

jueves, 23 de enero de 2014

Un pedacico de Roma

Llevo ya bastante tiempo sin hacer visitas guiadas por el centro de Murcia y lo echo un poco de menos, la verdad. En especial me gusta explicar la plaza Belluga, pero casi más que explicarla, lo que me gusta es atravesarla de parte a parte y reflexionar sobre ella.


Cada vez que camino por alguna de las callejuelas que confluyen en la plaza del Cardenal Belluga, me preparo mentalmente y me imagino que nunca he estado allí: procuro mirarla siempre con ojos nuevos y respirarla como si fuera la primera vez. Esa es una de las cosas que suelo decirle a los grupos de turistas, a los que a veces recojo en la misma plaza. Los aparto, me los llevo por la calle del Arenal y les hablo: "Imagínense que estamos en el siglo XVIII y que jamás han visitado Murcia; que jamás han visto esta plaza de la que acabamos de salir, ni la fachada principal de la Catedral ni el Palacio Episcopal, a los que seguro que ya les han echado alguna foto mientras esperaban". Entonces les explico que vamos a entrar en una plaza barroca, y que el barroco es lo que tiene: el barroco es sorpresa, es teatralidad. Les digo que en las plazas barrocas existe el concepto de dentro-fuera: que no se domina el espacio hasta que te metes y mueves tu cabeza en todas direcciones; les explico que, en el caso ideal, a una plaza barroca no se llega por una avenida recta desde la cual se pueda anticipar lo que te vas a encontrar después. Por ejemplo, Mussolini le jodió a Bernini su invento para la plaza barroca de San Pedro del Vaticano con la apertura de la Vía della Conciliazione (los dictadores y su puñetera manía de hacer avenidas rectas para desfilar), pero lo normal es que, si se ha respetado su esencia, la plaza barroca te pille siempre por sorpresa.

Volviendo a Murcia y enlazando con lo anterior, otra cosa que me gusta decirles a los turistas, y que no he leído sino que he concluido yo mismo después de algunas reflexiones, es que a la plaza Belluga le ayuda mucho el lugar en el que se diseñó. Hablamos del corazón de una ciudad medieval árabe, de una población nacida de la nada sobre un espacio bastante llano; hablamos pues de un urbanismo barroco, pero no del siglo XVII o XVIII sino del siglo IX. ¿Acaso no son las calles medievales de Murcia, tortuosas y zigzagueantes, un espacio de incertidumbre y de sorpresas? El sentido con el que la ciudad fue pensada en época medieval está muy alejado del efectismo sensual propio del estilo barroco, pero para el caso, no importa. Las calles árabes crean muchas esquinas (muchos 'picoesquinas', podríamos decir), muchas curvas y recurvas, y sin proponérselo, contribuyen a intensificar la premeditada idea de teatralidad barroca que alcanza su clímax en la plaza de Belluga: aquí no hay Vías de la Conciliazione ni Gran Vías, no hay calles rectas y anchas que aborden de lleno la plaza, sino que se llega a ella a través de calles estrechas y cortas que convergen en las esquinas. No se puede ver toda la plaza, y tampoco se pueden ver las fachadas que se reúnen en torno ella, hasta que se accede completamente. 



Vamos caminando despacio, acercándonos poco a poco, doblamos una esquina y de pronto... ¡Pam! Ahí está la plaza: ante nosotros se plantan el gran imafronte de la catedral, la mole de piedra del campanario (que aunque está al otro lado del templo, aparece visualmente incorporado a su fachada y al paisaje de la plaza), la gracia del Palacio Episcopal con sus muros pintados y su balcón central, la fila de naranjos al otro lado, una serie de edificios discretos y supervivientes, y sí, hasta el Moneo (construcción a la que algunos aún le niegan el saludo pero que a mí me gusta). Si nos fijamos, vemos que la plaza no es cuadrada ni rectangular; es un trapecio con sus líneas abiertas hacia la fachada de la Catedral, que ejerce de telón de fondo y foco de atracción. Este tipo de plaza ya fue empleado por Miguel Ángel en el Campidoglio de Roma, y tiene como fin procurar una visión más cómoda del edificio más importante, una perspectiva que evite la sensación de que el edificio protagonista queda aprisionado por las fachadas laterales.



La fachada principal de la catedral, retablo barroco en piedra y decorado en el que se plasman algunas de las andanzas de nuestro reino, se lee mejor de frente, pero se siente mejor de lado. Es decir, que para desentrañar su mensaje, la visión frontal es la idónea, pero para apreciar su lenguaje, lo ideal es admirarla de costado: desde ahí vemos cómo se adelanta y cómo retrocede, cómo invade el espacio urbano y se deja invadir por él mediante las líneas curvas y convexas. Sus columnas gigantes sobresalen como si fueran grandes esculturas. La piedra se mueve aunque esté quieta, y podemos detenernos en sus múltiples detalles, en sus frutos, guirnaldas e instrumentos musicales tallados en relieves de factura exquisita. Conocerlos todos es como saberse de memoria la guía de teléfonos. Yo aún no lo he conseguido.

La plaza de Belluga es también su cielo y su suelo, y no sé si me atrae más cuando el azul puro y la luz intensa de Murcia bañan las piedras a mediodía, o cuando, en días de lluvia, cae el gris plomizo y la Catedral se refleja en los charcos, o cuando se hace de noche y se encienden las luces. Pero sea la hora que sea, llueva o haga sol, me encanta abrir bien los ojos, el olfato y el oído. Y me encanta pasar junto a la Escuela Superior de Arte Dramático y Danza, y escuchar un piano, una guitarra española o el taconear rítmico y apasionado de decenas de pies contra un suelo de madera mientras admiro ese espacio urbano. En esos instantes se respira un ambiente de cultura, de paz y de sosiego muy esperanzador, pero como estamos en Murcia, hasta en la Plaza de Belluga hay descuidos, patadas en la entrepierna del más elemental sentido estético y del respeto al patrimonio. Algunas chapas metálicas con los nombres de las calles, o el manojo de cables y las pintadas que adornan la Escuela de Arte Dramático. Y en cuanto a la reforma que hizo del lugar el arquitecto Rafael Moneo a finales de los 90, me pareció acertado que se trasladaran los naranjos que había frente al Palacio Episcopal, la eliminación de los parterres y resaltar los ejes principales de la plaza con las líneas blancas del pavimento, pero no estoy seguro de si fue buena idea el cambio de ubicación de la fuente, cuyo espacio fue ocupado por un sumidero.



Una de las cosas que les digo a los turistas, y que además, la digo con conocimiento de causa, como historiador del arte y como un enamorado de Roma, es que la plaza del Cardenal Belluga, con todos sus edificios y en especial con la fachada de la Catedral de Murcia, podría estar perfectamente en la Ciudad Eterna y no desentonaría. Y más: sería mundialmente conocida, y estaría plasmada en millones de estampas, postales y fotografías como lo están otros rincones de la maravillosa Roma. Puestos a pedir, pediría una guinda que me imagino muchas veces cuando estoy en la Plaza Belluga: que hubiera una fuente en el centro de la plaza, pero no la que había antes sino una de Bernini. Por ejemplo, imagináos que tuviéramos en el centro de nuestra plaza la Barcaza de Pietro Bernini, una de mis fuentes romanas favoritas, esa que está a los pies de la escalinata de la Piazza d'Espagna. O la fuente del Tritón de su hijo Lorenzo Bernini... Me conformaría con una réplica, o con una fuente distinta y más normalica.

Para acabar, una última reflexión: además del barroco genial de la Plaza Belluga, hay otra cosa que me sorprende, y es que esa plaza esté en Murcia. Me sorprende que se llevara a cabo en nuestra ciudad un proyecto como el de la fachada principal de la Catedral, que, aunque reducido con respecto a los planes iniciales, no tiene nada que envidiar al mejor barroco francés o italiano. Me sorprende también que se hiciera el Palacio Episcopal, y sobre todo, que ese espacio y sus edificios hayan sobrevivido a la especulación, una práctica tan acostumbrada a vestirse en Murcia con el manto legitimador del progreso, la modernidad y el bienestar común, y tan proclive a justificarse con desdén en el poco valor material y moral de nuestras cosas. En Murcia nos hemos tragado esos argumentos muchas veces a lo largo de la historia, y hemos visto caer a golpe de pico y barreno muchos monumentos que ya no volverán. Por todo ello, me encanta caminar por la Plaza Belluga y admirarla con ojos siempre nuevos, y agradecer nuestra suerte porque al menos seguimos teniéndola.

jueves, 9 de enero de 2014

Publiacidez

El término ‘publiacidez’ lo inventaron los de Martes y Trece para uno de sus gags. Y cierto banco que hoy publicita sus planes de pensiones de ese modo, te diría que si conoces esa palabra, debes ir pensando en suscribir un fantástico plan de jubilación. La publicidad te dice que tienes que asegurar el futuro, como si eso fuera posible. La publicidad te pone a un viejo diciendo que busques un plan de pensiones sin comisiones, y luego te dice que escuches a los sabios. Como si ellos fueran sabios. La publicidad te mata las neuronas que te quedan, directamente.

La publicidad me da acidez, no sé si se ha notado en el primer párrafo. Recuerdo indignarme muchas veces y desde hace muchos años con ciertos anuncios. Por citar un par de ejemplos antiguos, estuvo aquel anuncio del gel Sanex en el que una embarazada, con una esponja jabonosa, se lavaba su oronda panza haciendo suaves círculos una y otra vez, una y otra vez, mientras una dulce ‘voz en off’ femenina cantaba las virtudes que habría de tener el incipiente bebé: “Será alto, será rubio, tendrá los ojos azules… Y la piel, sana”. Le faltó añadir que su nene invadiría Polonia y aniquilaría a todos los bajitos, los morenos y los aquejados de algún problema dermatológico, seres claramente inferiores al ario superbebé-Sanex. Hubo protestas y el anunciante retiró el anuncio, pero ahí quedó esa perla del publicista. Gallifante. ¿Conoces la palabra Gallifante? Retrocede al primer párrafo de esta entrada y suscribe un plan de pensiones.

El otro ejemplo antiguo que me viene a la mente es el de aquella campaña de Fortuna (la tabaquera, no el pueblo), en el que incitaba a comprar sus cigarrillos apelando a la conciencia social, pues el 0’7 de cada venta se destinaba a financiar el trabajo de diversas ONG’s (creo que sin especificar cuáles, a saber si era verdad). En los carteles que adornaban las vallas y las paradas del bus, se completaba el mensaje con una gran imagen de un chaval o chavala de buen ver, en plano medio y creo recordar que en blanco y negro (por aquello del dramatismo), con cara y gesto de joven comprometido. ¿Nos implicamos porque fumamos? ¿Fumamos porque nos implicamos? Y más: ¿Estamos muy buenos porque fumamos y nos implicamos? Pero, ¿de qué iba esa mierda? He puesto dos ejemplos antiguos, pero desde aquellos años hasta hoy, la lista de basura publicitaria no ha hecho más que crecer. Es interminable. Una clasificación muy personal de publicidad perniciosa puede ser ésta:

-Hay publicidad mala en cuanto a su calidad, que te revuelve las tripas por lo insoportable, chabacana y pachanguera que es: Se me ocurren los anuncios de radio de Verti Seguros o los de Mediamarkt. En esta categoría incluyo aquellos en los que claramente ves que no se han estrujado mucho el tarro, y entonces me imagino una gran mesa ovalada en el ojo de una enorme tormenta de ideas publicitarias, y un espabilado levantando la mano y diciendo: “’Pos’ que digo yo ‘de que’ podíamos poner un montón de gente atractiva bailando y saltando, con una música pegadiza…”. Aplauso, dos orejas y el rabo. Si puede ser, la música será una versión actual de alguna canción clásica y conocida cantada a coro por la peña… Canción que, de ese modo, quedará degradada, maldita y perdida para siempre: vale desde el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven hasta el ‘Come Together’ de los Beattles. Y la muestra de esto es un sinfín de anuncios de compañías de telefonía, expertos como ellos solos en crear truños y joder clásicos musicales. Se conoce que no nos tangan suficiente dinero como para hacer mejores anuncios.

-Hay también publicidad mala por estomagante y pretenciosa, y en ese lote meto cualquier anuncio en el que se hace ostentación de un lema en idioma inglés: ‘Perfectly you’, ‘Connecting people’, ‘What else?’ y miles de ejemplos más. En los últimos tiempos también se han incorporado los lemas en francés, sobre todo para estética y perfumes: J’adore, Merry Clinique… Y en alemán para coches y tecnología: Das Auto. Me dan mucha cosica. ¿No saben español? ¿Qué tiene de malo un lema en nuestra lengua madre? Aunque ni hablando español, el español respetan: Hay más de un anuncio y más de dos en los que se atropella nuestro idioma.

-Pero para mí, la palma de oro se la lleva la publicidad que difunde plagas sociales como el machismo (la mayoría de los anuncios de juguetes y de productos de limpieza son así), la subvencionada por nosotros mismos (anuncios del Gobierno de España sobre cosas que ha hecho el Gobierno de España, pagados con el dinero de la gente de España), y la claramente mentirosa: la que trata torpemente de vestir de cordero al lobo, la que manipula aún más de lo tolerable, y que tiene como principales clientes a los bancos y las grandes compañías. En esencia, me refiero a la publicidad sin ningún tipo de límite ético, sin valores y sin vergüenza. La publicidad que nos incita a gritar aquello de “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.

Un ejemplo cercano de esto que digo es el de una petrolera española. No sé si visteis el programa de Salvados (La Sexta) dedicado al oligopolio energético de nuestro país. Ahí se daban motivos para mandar a tomar por el culo a todas las eléctricas y las petroleras juntas, y entre ellas, a la mentada. Pues bien, pocos días después escuché anuncios en radio y vi anuncios en prensa y televisión sobre lo buenos que son, y las ayudas que dan a los jóvenes, y sobre sus planes de formación. ¿Se ha deteriorado la imagen del Imperio? Pues entonces el Imperio contraataca.

Otro ejemplo claro e indignante es el rumbo adoptado por la publicidad de los bancos. Ahora resulta que los bancos son maravillosos. Los bancos nos ayudan mucho, y se anuncian juntando a varias personas que han encontrado empleo gracias al dinero que les han dado a los pequeños empresarios, y los sientan en círculo y filman su conversación, su alegría de vivir y trabajar. Sí, con un par, los bancos, cuya actividad anti-personas y pro-capital nos ha arruinado, nos ha tocado el bolsillo y nos ha costado derechos, ahora nos toman por idiotas. Los bancos de hoy se anuncian apelando a lo humano, y dicen defendernos, y dicen estar a nuestro lado e incluso fomentar la investigación y el pensamiento. Hay uno que ha hecho unos anuncios acongojantes: Un auditorio negro, geométrico y minimalista, una luz dramática como el claroscuro barroco, un montón de personas perfectamente sentadas y atentas, y frente a ellas, un atril y un experto dando una conferencia o no sé qué hostia. Creo que es un científico, no he prestado atención a eso. La versión para cartelería contiene imágenes ampliadas de las manos del conferenciante en el atril, y una señora de fondo mirando hacia arriba, como la Dolorosa de Salzillo, admirando con interés al experto parlante. Los bancos presumen de aquello de lo que carecieron en el pasado reciente, y de lo que aún hoy carecen. Y derrochan poca vergüenza como antes derrochaban nuestro dinero. Gallifante para el publicista.

Hay publicidad que reúne varias o incluso todas las características de los grupos que he descrito: Publicidad pachanguera, pretenciosa y moralmente reprobable. Y por último, destacaría la publicidad que tiene relación con la infancia, bien por servirse de niños o bien por estar dirigida a ellos. Aquí abogo por la prohibición, para qué voy a mentir. Yo prohibiría totalmente la publicidad para niños en canales de programación infantil, y también en el resto de canales en horario infantil. La Constitución Española y las leyes de nuestro país protegen especialmente a los niños, como debe ser, y los niños no son consumidores. Los niños son niños, no compran, están aprendiendo a ser buenas personas. Inyectarles el consumismo, la banalidad y el egoísmo con la aguja hipodérmica de la publicidad me resulta repugnante, pero mirad, sobre este tema creo que no se ha hecho nada. Y usarlos en anuncios de productos para adultos… Me salen sarpullidos al escuchar a dos pobres críos hablando como adultos en un anuncio sobre la cantidad de megas que tiene el ADSL de sus papis, o pidiéndoles a sus papis que se hagan de la mutua de los cojones, o que se compren un coche que es muy caro pero en el que puedes vivir estupendas aventuras… Tanto desea ese coche el niño de un anuncio, que es capaz de levantarse de la cama y colarse en casa del vecino, que sí lo tiene, y de hablarle como si fuera su padre.

No todos los anuncios son basura: los hay ingeniosos, limpios, honestos, pero creo con tristeza que son los menos. Y de hecho, hay algunos que son tan buenos, que al final la gente no recuerda ni qué anunciaban. A lo mejor popularizan una frase o una idea divertida, pero nadie sabe qué anunciante había detrás. Incluso es posible que, en este mundo nuestro, a los publicistas les traiga a cuenta hacer mierda, y si puede ser, crear polémica. Tampoco digo que la publicidad no haga falta, porque en elevado porcentaje, contribuye a sostener gran cantidad de medios de comunicación. Pero luego también se ha dado que las empresas anunciantes presionen a un medio para controlar sus contenidos bajo la amenaza de retirar su publicidad.

Y al final, sucede en esto como en otros tantos asuntos: somos nosotros, los humanoides, los que hacemos y toleramos estas cosas. Criticamos a las religiones, a los políticos, a los periodistas o a los publicitarios, pero somos nosotros mismos los responsables de perpetrar sus peores actos, o como mínimo, de consentirlos. Los efectos negativos de la publicidad son enormes porque tienen máxima difusión, y con ella, se contribuye a magnificar la podredumbre, y por eso mismo podría contribuir a erradicarla. Si la publicidad refleja todo lo que somos y todo lo que no somos, nos queda mucho trabajo por hacer, tanto en la sociedad como en las aulas donde se forman los futuros publicistas. Gallifante para nosotros.




Crisis de valores y de sistema.