jueves, 27 de septiembre de 2012

El turismo en el espejo

El lenguaje, esa herramienta que hacemos entre todos y que es reflejo de la sociedad actual -con todas sus sutilezas y complejidades-, en los últimos años ha ido barnizando a la voz "turista" con cierto sentido peyorativo: turista es aquel que se desplaza a un lugar que está fuera de su entorno habitual, y que se aloja en ese lugar, y que hace fotos a los patos o a las piedras, y que bosteza, y que hace cola y se apelotona delante de los monumentos, y que compra chorradas que no necesita, y que protesta por la comida y por el idioma y por los horarios, y que no se entera de (casi) nada, y que tira basura en los bosques y en las playas, y que al final vuelve a casa para seguir con su vida cotidiana y contar lo mal que lo ha pasado. Hoy en día, y más allá del uso específico que se le da a la palabra dentro del sector (para contabilizar a aquellas personas que pernoctan en una determinada localidad), preferimos hablar de "viajero", aludiendo a un concepto nuevo que pone el énfasis en la actitud. Viajar por placer, es decir, hacer turismo, es ante todo una actitud. Sin la actitud adecuada, el turismo no nos sirve a nosotros y tampoco sirve a aquellos a quienes visitamos, por mucho dinero que generen sus transacciones. Y aún peor: nos perjudica a todos. Con esto quiero decir que no es una cuestión estrictamente monetaria: ¿hace buen negocio aquel que vende su alma al diablo? Yo diría que no. El turismo es mucho más que un negocio, y aun considerándolo como tal, mal hará el que no tenga bien fijados sus límites; no es el demonio pero puede llegar a serlo si no se le controla, si no se le lleva en la buena dirección. Puede arrasar todo a su paso como los elefantes de Aníbal. El turismo es una herramienta de desarrollo en muchos aspectos, y debe planificarse y asentarse en las normas que dictan el sentido y el bien común, algo en lo que los poderes públicos tienen siempre una influencia decisiva.

Voy a contar una anécdota que refleja aquello de lo que estoy hablando: la actitud, las diferentes maneras de hacer turismo. Hace tiempo trabajé como recepcionista en un hotel de la ciudad de Murcia -¡qué gran escuela de la vida!- y me pasó lo siguiente:

Actitud 1)- Una mañana llegó una familia de ingleses: matrimonio y dos niños. Tendrían unos cuarenta años. Al atravesar la puerta y acercarse al mostrador ya supe que no tenían la actitud que yo considero adecuada: las primeras palabras que me dirigieron fueron en su lengua materna, en inglés, y nada de "good morning" ni similar. Creo recordar que lo primero que me dijeron fue "we have a reservation", y además, en un tono altanero, con la barbilla elevada y mirándome de lado. Como profesional del sector con unos cuantos años de experiencia, debo admitir que detesto al turista extranjero que inicia el contacto conmigo de esa forma y en su propio idioma; es decir, que no empieza con un saludo en español (mira que el "hola" es fácil), o que ni siquiera se molesta en preguntarme antes si hablo su idioma. Me vale si la pregunta es en su propio idioma, pero que pregunten antes, por favor. Como siempre hago en casos similares de manifiesta mala educación, a estos ingleses le contesté en español con un tono cordial y una sonrisa en los labios: "¿Disculpe?". Debieron pensar que yo no sabía hablar inglés porque resoplaron un poco, pero entonces no tuvieron más remedio que formular la pregunta mágica: "Do you speak English?". Les contesté que sí en español, y luego proseguimos con la conversación en su idioma, con los requerimientos precisos de nuestra relación comercial. El mismo día en que se registraron, un poco más tarde, bajaron de nuevo a recepción y me preguntaron dónde estaban las oficinas de Polaris World -por entonces, en plena Gran Vía-, porque iban a comprarse una casa. Les indiqué la dirección pensando en que irían andando, porque de hecho, les dejé bien claro que era una distancia "caminable". No más de trescientos metros. Sin embargo, y tras escuchar mis indicaciones y mi consejo, negaron con la cabeza y me pidieron que les llamara a un taxi. No volví a cruzar palabra con ellos, creo que sólo estuvieron una noche. Desconozco si se compraron finalmente la casa.

Actitud 2)- Una tarde, casualmente a los pocos días de mi encuentro con los "ingleses-polaris", estaba yo solo en recepción y el bar del hotel estaba aún cerrado, pero como siempre me decían mis superiores, "si alguien quiere algo del bar, nunca digáis que está cerrado; dejáis la recepción un momento y le servís". Entonces escuché movimiento en la barra del bar y me asomé: un matrimonio con aspecto de ingleses, de unos sesenta años de edad, miraban con precaución al bar porque estaba demasiado oscuro. Al verme se dirigieron a mí en español, me saludaron y me preguntaron si estaba abierto. Reconozco que su nivel de español no era para tirar cohetes y, de hecho, costaba bastante entenderlos. Les contesté que estaba cerrado, pero que si les apetecía tomar algo, yo se lo serviría. Luego les pregunté si querían que les hablara en inglés. Me contestaron que no, por favor, porque estaban intentando aprender el idioma. Su gesto no se parecía en nada al del matrimonio anterior. Me miraban de frente, su tono de voz era cálido y tenían curiosidad en la mirada. Como la tarde estaba tranquila, les dí un poco de conversación. Me contaron que estaban jubilados, que les gustaba mucho España y que habían venido a comprarse una casa en un pueblo -no recuerdo cuál-, para pasar aquí largas temporadas entre el otoño y la primavera. Me dijeron que no querían estar en una urbanización alejados de la vida española; que buscaban una casa normal en mitad de un pueblo, y así conocer a la gente y poder hablar con ellos. Querían comer comida española y beber bebida española. En definitiva, su propósito era enriquecerse social y culturalmente, vivir una experiencia humana real en un entorno que, aunque al principio sería distinto al suyo, esperaban que se convirtiera con el tiempo en su hogar. No hace falta que diga qué actitud me parece más provechosa para todos: para el que viene, para el que está aquí y para nuestro propio entorno natural.

A veces olvidamos que el fenómeno turístico no sólo lo protagoniza el que se desplaza: hay que contar con el que acoge y también con el territorio donde se produce el encuentro. Es un hecho social, cultural, medioambiental... Es una experiencia vital enriquecedora si se desarrolla con la actitud adecuada por parte de todos. Lo dicen y lo repiten todas las disposiciones internacionales sobre el tema desde hace muchos años. Para hacer turismo hay que tener inquietud por conocer la diferencia y saber respetarla, y lo mismo vale para el que acoge al forastero. Viajero y anfitrión no sólo deben consumar un simple intercambio de dinero y servicios; deben tolerarse, y si puede ser, conocerse, y aproximarse desde lo elemental que es el idioma, hasta las otras manifestaciones más características de un pueblo, como la gastronomía, la historia, el medio natural o el arte. De ese modo el turismo nos proveerá a todos de una riqueza más valiosa que el dinero: nos dará cultura, amplitud de miras. Nos enseñará a cuidar de lo nuestro y de lo de los demás; a respetar a los demás y al planeta. Desde que el hecho de viajar por placer se puso al alcance de todos (o de casi todos) los bolsillos, desde que se socializó, el turismo extendió sus efectos positivos y negativos al ámbito del progreso o de la involución social, de la corrección o de la profundización de desigualdades, del desarrollo sostenible o del destrozo irrecuperable. Y ahora debemos añadir el fenómeno de las nuevas tecnologías, de Internet , de la diversificación de la oferta y de la demanda, de la mejor formación de los que viajan y de los que acogen.

Como guía turístico y profesional del sector, me gusta tener delante a un grupo interesado y respetuoso, y mostrarme como un murciano también respetuoso e interesado en que disfruten. Me gusta conectar en algún punto el relato de la historia o del arte murcianos con el de sus lugares de origen, aunque sea por un segundo, con cualquier tontería, para hacerles sentir cómodos. Por supuesto, no me gusta tener frente a mí a personas claramente desmotivadas, irrespetuosas, que refunfuñan o que tiran papeles al suelo mientras les hablo. Y por otro lado, cuando estoy de viaje, me gusta ver personas orgullosas de su patrimonio y de su entorno, pueblos que cuidan lo que es suyo y lo enseñan con cariño. Me gusta ver trabajadores del sector que tienen una sonrisa sincera porque se sienten bien, no porque les han pintado la sonrisa a la fuerza. No me gustan los artificios, los resorts, el cartón-piedra, lo uniforme, lo impersonal... Me gustan las cosas reales. No me gusta sentir que me sirve un camarero mal pagado y explotado laboralmente; no me gusta ver una ciudad parecida a cualquier otra, ni un entorno natural arrasado, descuidado, agonizante. No me gusta ir a un lugar donde no hay democracia ni libertad, o donde sé que mi dinero no repercute en gente corriente sino en magnates o en grandes grupos empresariales. El turismo, como otras actividades humanas (económicas y sociales) es un espejo. ¿Qué queremos ser? Así será nuestro turismo. 

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Crisis de valores y de sistema.