Cuando somos pequeños, y en lo que se refiere al oficio que
(supuestamente) nos dará de comer en el futuro, todos tenemos nuestros sueños y
nuestras expectativas. Es bonito porque la inocencia, además de hacerte bueno
por naturaleza (y libre de prejuicios, y desnudo de vergüenza), también evita
que pienses en el largo y difícil camino que media entre tus deseos y la
consecución de los mismos. ¿Para qué? Dices aquello de “cuando sea mayor,
seré…”, le añades lo que quieras y te visualizas en el futuro con el sueño
hecho realidad, sin calibrar obstáculos, coyunturas socioeconómicas, agencias
de calificación (hace poco no sabía ni que existían), periodos de aprendizaje,
consejos, recomendaciones, profesores, exámenes ni nada por el estilo. Existen
oficios bastante típicos a los que los niños de mi generación siempre recurrían:
astronauta, bombero, futbolista y, en un claro síntoma de excesiva exposición
al cine norteamericano, vaquero y/o soldado y/o superhéroe. Una vez dicho tu
deseo en público, a veces llegaba un mayor y te recomendaba otras profesiones
que a ti te parecían aburridas, como abogado o dentista, pero que al mayor de
turno le resultaban más convenientes. ¡Qué manía con querer robarles la
inocencia a los críos! Lo peor es que cuando se la quitamos, no es para
quedárnosla. Si fuera así también estaría mal pero al menos tendría sentido. Se
la robamos para tirarla a la basura y joder el invento. ¡Ay! Mayores…
Entre los deseos de los niños de hoy, creo que la
única profesión que se mantiene respecto a las de mi generación es la de
futbolista. Y en cuanto a las recomendaciones que les hacen los mayores de hoy…
Ni idea, supongo que hacer cola en el INEM resta bastante imaginación sobre cuáles
pueden ser los oficios con futuro. La verdad, yo de crío jamás quise ser
astronauta porque las alturas me daban miedo, y tampoco quise ser bombero por
igual motivo (eso de subir por una escalera muy alta) y porque tenía bastante
asumido aquello de que con el fuego no se juega. Sí que quise ser futbolista,
pero me duró poco menos de un año. Después y durante más tiempo, quise ser
jugador de baloncesto; el problema es que salvo cierta destreza en la acción de
lanzar a canasta, en lo demás era un paquete de grandes proporciones. Me
imaginé arquitecto hasta que descubrí que además de saber dibujar, había que
controlar las matemáticas, y no es que dibujando fuera la leche pero es que en
mates era un cero a la izquierda (qué malo sería en matemáticas que hasta hace
poco no entendía el porqué de esa expresión). Siendo ya un mozo
preuniversitario y reincidiendo en mi ciego auto-concepto de buen dibujante
(con categoría casi de delito), quise ser artista. Luego quise ser profesor de
Historia del Arte y luego quise ser guía turístico, y eso es lo que soy. A
pesar de todos los problemas y después de haber trabajado en muchos y muy
variados oficios, el mundo de la cultura salió al rescate y por ello bendigo mi
buena suerte: acumulo ya diez años de experiencia como trabajador de museos
(siete de manera ininterrumpida) y seis como guía oficial de turismo. Nunca he
cobrado mucho, pero cubiertas las necesidades básicas de mi familia, prefiero
medir mi riqueza en términos de felicidad y bienestar que en términos de
acumulación monetaria (ya sea “en cash” o en objetos que no necesito). Espero
que esto no suene a pose estética ni tampoco a conformismo, estoy siendo
sincero.
Ahora daré sentido al título de esta entrada: el
viernes pasado (11 del 11 del 11), me llamaron por teléfono desde la
Universidad Miguel Hernández de Elche: tras avanzar de manera inesperada en la
lista de espera, valga la redundante contradicción, resulta que me han admitido
como estudiante de 2º ciclo de Periodismo. Hace unos meses, en un impulso extraño
motivado en parte por el “plan Bolonia”, decidí echar papeles y probar con la
última bala antes de que los grados borrasen mi opción de estudiar otra carrera
universitaria y trabajar al mismo tiempo. Finiquitados ya los segundos ciclos
en la UMU, la única posibilidad era la UMH, y cuando me enteré de que no me
habían admitido, la verdad es que me dio un poco de pena. Por ese motivo tardé unos
segundos en reaccionar al escuchar a una mujer preguntándome si me interesaba
ocupar la plaza vacante. Le dije que sí y nada más colgar, retrocedí
mentalmente hasta mi infancia. Hasta ahora en este texto lo había omitido, pero
si algo quise ser de mayor cuando era pequeño, es periodista.
En mi casa (la de mis padres) siempre seguíamos
la actualidad. Se compraba el periódico a diario, principalmente de tirada
nacional (Diario 16, El Sol, El País…), veíamos el Telediario, Informe Semanal
y Documentos TV, se escuchaba la radio (RNE y la SER sobre todo), se comentaban
las noticias y no pocas veces había debate. Recuerdo que me gustaban mucho las
películas en las que aparecían periodistas, como Al filo de la noticia,
Historias de Filadelfia, Vacaciones en Roma… Y hacía cosas que quizá no sean tan
extrañas en un crío: fabricaba televisores con cajas de cartón para meterme
dentro y presentar informativos, grababa programas de radio en cassetes (los
que hacía en verano con mi amigo Antonio no tenían desperdicio, eran auténticas
idas de pinza) y hasta creé mi propio periódico: se llamaba “El Mundo”, y ojo,
ese nombre se lo dí mucho antes de que apareciera “Pedro Jota” con el suyo.
Precisamente, hace poco encontré una vieja portada fechada en el futuro (año
2020 o así) y el día venía muy cargado de noticias. El primer titular era para
anunciar que el hambre se había erradicado en el planeta; el segundo informaba
de la llegada del ser humano a Marte; el tercero tenía menor alcance informativo
pero para mí era tan trascendental como el resto: el CB Murcia iba a jugar la
final de la ACB por primera vez en su historia (aunque según se contaba en mi
periódico, el club murciano ya había ganado alguna Copa del Rey). Esa portada
la hice cuando tenía doce o trece años, o sea, que por entonces ya estaba
bastante colgado. Durante toda mi vida no he dejado de escribir (unas veces más
y otras menos) sobre temas de actualidad que me preocupan o me interesan,
opinando o reflexionando.
Habrá quien se pregunte la razón de que no haya
estudiado antes Periodismo. Yo también. Cuando acabé COU, el único lugar
cercano para hacer esa carrera era Madrid y la nota de corte del año anterior
había sido alta. En Selectividad no llegué a alcanzarla, en parte (paradojas de
la vida) por un error que cometí justo en el examen de Arte: dejé dos láminas
sin comentar porque no le dí la vuelta al folio y no me enteré de que tenía que
hacerlas (qué palomo fui). De un 7’5 que podía sacar como máximo, saqué un 7.
Está genial, pero pudiendo haber sacado un 9, ya veis lo que me bajó la media
final. Aun así y por si acaso, fui a Madrid a echar los papeles de la
preinscripción (me acompañó mi hermana Sofía). Ese día pre-veraniego de 1995
hacía un calor de cojones en la capital, y reconozco que no me gustó lo que ví:
aquello era todo enorme, largas distancias, mucho metro, mucha gente y una
facultad de periodismo que bien podría ser escenario de una película de terror,
con sus tubos por los techos y sus largos e inquietantes pasillos. Juro que eso
lo pensé antes de que Amenábar estrenara su primera peli, Tesis, ambientada
allí mismo. El caso es que cuando aún no sabía si me habían admitido por
Periodismo en la Complutense (no llegué a comprobarlo después) salió la lista
de admitidos por Bellas Artes en Valencia y allá que me fui, a un sitio más
parecido a Murcia y con el mar visible desde mi piso. El resto ya lo he contado,
y aunque entre medias tuve alguna ocasión de retomar el sueño del Periodismo,
la vida me llevó por otros derroteros.
Remato: al final me he liado la manta a la cabeza
con este tema y no sé cómo podré hacerlo entre el trabajo y la crianza, pero lo
voy a intentar. Ya he hecho mis pinitos en el sector durante los últimos cuatro
años, colaborando como redactor en BasketMe.com y elaborando un trabajo sobre
el 25 aniversario del CB Murcia que finalmente he podido llevar al papel sin
ayuda de nadie (y en especial, sin la ayuda del propio club). He sido locutor
de partidos de baloncesto para Pasión Deportiva Radio durante un año y he
podido descubrir que también me gusta ese medio. Me he reafirmado en muchas de
las cosas que pensaba sobre esta profesión y no he dejado de incidir en las
cosas que no me gustan. Creo que el oficio de periodista es claramente
vocacional. Creo que la honestidad de un periodista debe ser inquebrantable,
que debe luchar por su independencia respecto de las presiones políticas o
económicas y que su misión es servir a la sociedad por encima de cualquier otra
consideración. Creo que todas las profesiones se deben ejercer con
responsabilidad, pero si hay profesiones donde esa máxima se debe llevar hasta
el extremo, el periodismo es una de ellas. He sido y soy muy crítico con el
periodismo porque no pocas veces he visto en los medios una nauseabunda falta
de independencia. He visto servilismo y en el mejor de los casos, sensacionalismo,
morbo y pura tontería. Un periodista no debe decir cualquier cosa, no debe
servir a otro interés que el de la información veraz y debe ser lo más objetivo
posible. Por supuesto que soy un principiante y aún no sé nada, pero con todo
esto que he dicho, confío en tener al menos la base necesaria. También sé que
el sector está mal en muchos sentidos, pero no mucho peor que otros
sectores. Haré lo que pueda como buenamente pueda, y el que hace todo lo que
puede (y con ilusión) no está obligado a más.