lunes, 31 de octubre de 2011
Japi jalogüín (Feliz Halloween)
Digo que ya no me parece tan mal celebrar el Jalogüín, porque me he dado cuenta de que mi actitud anterior era un poco chovinista. A fin de cuentas, se trata de una fiesta. ¿Por qué vamos a objetar celebrar una fiesta? Por muy americana que sea. Mi hija mayor se lo pasó pipa el otro día en un cumpleaños vestida de vampiro. Pues muy bien. Ahora pienso que no hay para tanto, de verdad. Celebremos, celebremos más fiestas. ¿Por qué no conocer la manera en que se celebra este día en otros países? Todo es cultura, no hay peligro, no es que estemos importando la ablación, las lapidaciones, las asociaciones de armas o la inyección letal. Por una fiesta no hay que echarse a la calle a lanzar octavillas. En Murcia, por poner un ejemplo conocido por todos, tenemos una fiesta que hoy en día es patrimonio de todos los murcianos y motivo de gran orgullo (aunque a mí, sinceramente, ya no me gusta nada): el Entierro de la Sardina. Pues bien, es un hecho ampliamente reconocido que esa fiesta no existió en Murcia hasta el siglo XIX, y que fue importada desde Madrid por unos estudiantes. De hecho, hay un cuadro de Goya que refleja el Entierro de la Sardina madrileño. Ahora, según creo, allí ya no se celebra y la fiesta es solo murciana, murcianísima. La aderezamos a nuestra manera, le cambiamos algunas cosicas y ale, fiesta local. Tal vez en su momento hubo murcianos de los de pura cepa que criticaron la osadía de aquellos jóvenes estudiantes, por traer una fiesta de fuera, de esos madrileños chuletas.
Otro ejemplo más global: mirad al gordinflas este del Papá Noel. Sus raíces se hunden en Europa. No tengo mucha idea de esto y lo mismo me equivoco, pero hay quien dice que se trata de San Nicolás y que era español. ¿Puede ser? También he oído que el color original de los ropajes de este filántropo entrado en kilos, amante de los niños y de la felicidad, era otro y que la Coca-Cola se lo cambió al rojo, uno de sus rasgos corporativos. En mi casa se hace un pequeño obsequio en nombre del Santa de las narices, y el resto es cosa del Baltasar, el Rey Mago adjudicado a las labores de traernos felicidad en forma de regalos (lo más útiles posibles, y siempre dentro de lo que podemos llamar "sano intento de consumo responsable").
Eso me lleva a otra de las ideas que me han rondado la cabeza en los últimos días y que han hecho que definitivamente, al final, la celebración española del Jalogüin ya no me desagrade en absoluto: tanto me he quejado en el pasado por este tema, y tanto se sigue quejando mucha gente aún hoy, y sin embargo los españoles nos hemos lanzado con pasión a copiar de los norteamericanos cosas mucho más chungas que una simple e inocente fiesta. Por ejemplo, la puñetera comida rápida, que pa un rato está bien, pero cuyo concepto no deja de ser un atentado al plácido acto de comer (y de comer bien), además de generar mierda y más mierda sin control y sin el mínimo intento de reciclaje. Más cosas: la moda de los centros comerciales, de coger el puto coche hasta para ir a mear, y de meternos todos en atascos, para colapsar esos lugares prefabricados con miles de tiendas, con más restaurantes de comida rápida, con cines y con boleras. Hemos copiado el consumismo, el individualismo, la irracionalidad de una vida estresada y estresante, hemos perdido mucho en cuestiones de comunicación directa, de relaciones sociales... Nos encaminados a una copia exacta de la existencia más vacía y triste provocada por el capitalismo despiadado. ¿Y el lenguaje? Con esto de la informática, la tecnología de los huevos y las redes sociales, todos los días atentamos contra la lengua de Cervantes. ¿Y la publicidad? Otra que tal baila, y también metiéndonos el inglés por las narices. Ojo que a mí me encanta el inglés, estudiarlo, escucharlo y hablarlo, pero el "connecting people", el "driving quality" y el "perfectly you" me tienen ya hinchao. ¿Véis cómo se puede uno encabronar por cosas más chungas que una simple fiesta americana?
Lo dicho, celebrar y dejar celebrar, que ya tenemos bastantes motivos para la indignación. Feliz día de Todos los Santos, Japi Jaligüín y feliz noche de me toco las narices en el sofá y veo mis series favoritas.
domingo, 30 de octubre de 2011
Roma (y II)
Roma, arriba, versus Murcia, abajo. |
viernes, 21 de octubre de 2011
Roma (I)
Pues bien, para tan especial viaje elegimos Roma (junto con unos días en Florencia y un fin de trayecto en Venecia). Optamos por el Valhala del historiador del arte, y mis dudas al respecto de lo que rodea y envuelve a tantas obras maestras de arquitectura, pintura y escultura, se fueron aclarando en primera instancia con un hecho que poco o nada tiene en común con el ánimo de unos recién casados: “scioppero generale” o algo así, es decir, huelga general. Sí, el mismo día de nuestra partida, a las seis de la mañana y frente al mostrador de Iberia en el aeropuerto del Altet, nos enteramos de que Italia tenía una primera sorpresa reservada para nosotros. Bien es cierto que aquí la culpa no es de los romanos y que su intención no fue sorprendernos: la huelga general en el sector del transporte estaba convocada desde hacía semanas, pero nadie en Viajes Iberia consideró oportuno avisarnos. El vuelo tenía escala en Barcelona y desde allí estaban cancelados todos los vuelos a Italia, así que nos fuimos a Madrid y, tal y como hacían los que esperaban un salvoconducto en el bar de Rick para salir de Casablanca, tirados en una silla de Barajas esperamos nosotros la manera de llegar a nuestra luna de miel. El gozoso momento se produjo unas ocho horas después de lo previsto, pero había más: cuando al fin llegamos a Roma, el transfer al hotel que habíamos pagado no contaba con nosotros en su lista de viajeros. El hombre que sostenía el cartel de Viajes Iberia, tras simular incomodidad con una mueca (en realidad le importaba un pijo), nos invitó a tomar un autobús y luego un metro (y ya puestos, también un carro de heno, un patinete y un triciclo), guardar los tickets y pedir el abono a la agencia cuando estuviésemos de vuelta. “Sí, hombre, sí”, dijimos con acritud. Nos montamos en un taxi que nos dejara sin trasbordos en la puerta del hotel, guardamos el recibo y aún estamos esperando que Viajes Iberia nos lo abone, cosa que jamás sucederá.
En esa misma calle dos años después, en 2006, casi se cargan a mi mujer: antes de cruzar miró a un lado pero no miró al otro, y de pronto salió de la nada un Alfa Romeo enorme, con los cristales tintados, que debía circular a no menos de 100 Km/h. Yo iba detrás de ella y me di cuenta a tiempo. Grité y mi mujer frenó en seco. El coche pasó a un milímetro sin reducir la velocidad ni alterar su ruta en lo más mínimo. Después de algo así, contemplas el “éxtasis de Santa Teresa” y debes abstraerte de todo para admitir que prefieres verlo en directo a hacerlo en una reproducción fotográfica, en la seguridad y tranquilidad de tu hogar. Es así. A pesar de todo y si no te matan, compensa. El tiempo parece detenerse ante la obra de Bernini: Santa Teresa recostada sobre un amasijo de paños que se agitan, el ángel que la mira con dulzura y sostiene la flecha, a los lados los espectadores de mármol en palcos teatrales comentando la situación, y detrás de la pared, a tan solo unos metros, las bocinas de los coches que colapsan la calle Largo Santa Susana en dirección a la Vía Barberini y que retumban en el interior de la iglesia, los conductores que expresan su impotencia contaminando de humo y ruido a todo lo que les rodea. Pura escenografía barroca y postmoderna.
lunes, 17 de octubre de 2011
"Mi no entender" (divagación socio-religiosa).
En primer lugar, cimentaré la reflexión de hoy (no es que tenga proyectado un gran edificio, una sólida construcción argumental, pero hasta la casa más humilde necesita cimientos para no acabar en el suelo): respeto todas las opiniones y creencias que se expresan con respeto y que no atentan contra la libertad de los demás. Ya. Con ese cimiento bastará.
"Mi no entender". Veo las portadas de periódicos como ABC, La Razón o El Mundo, y escucho declaraciones de reputadas voces políticas del ámbito centrista español al respecto de las protestas mundiales del 15-O, y me cuesta mucho entender que esas mismas voces se declaren mayoritariamente cristianas. Esto lo digo, además, como cristiano bautizado que soy, como persona que celebra la Nochebuena con júbilo (y con cierta melancolía), como "un Pedro" que no le hace ascos (al contrario) a las felicitaciones en el día de San Pedro.
No soy teólogo ni experto en cuestiones doctrinales de fe, pero últimamente me planteo la siguiente hipótesis: si Jesús estuviera en la Tierra ahora, en 2011, ¿estaría preocupado por el rescate a los bancos y por recuperar la confianza de los inversores? ¿Le interesarían los informes de las agencias de calificación, los puntos básicos de la deuda y la situación del mercado financiero? Yo creo que estaría trabajando en el cuerno de África, luchando contra la muerte de niños que no tienen alimento. Quizá estaría en cualquiera de esos inmensos campos de refugiados hostigados por la sequía, la violencia y la especulación, o tal vez estaría manifestándose pacíficamente en el "primer mundo", esperando que el bíblico "los últimos serán los primeros" se haga realidad. Muy probablemente estaría, manos en alto, hablando y agitando conciencias, porque hasta donde sé, Jesús se comportó así. A su manera fue un antisistema, algo recomendable si el sistema no sirve a las personas sino que se aprovecha de ellas. Si el sistema es injusto, hay que cambiarlo, y así lo entienden multitud de organizaciones cristianas como Intermón, Manos Unidas y Cáritas, entre otras de diverso credo. Claro, para los que creen que este sistema es jauja, que falicita la justicia y el equilibrio en el mundo, lo normal es que los que le ponen "peros" y matices sean poco menos que diablos emplumaos.
La Iglesia es grande y heterogénea, eso es evidente. Cada uno tiene su manera de entender y practicar la fe, cada cual tiene su opinión sobre los problemas y sus prioridades: la familia, los anticonceptivos, el hambre, el divorcio, el deterioro medioambiental, la injusticia... Y en cada uno de esos temas se decantará de un modo distinto a como lo pueda hacer otra persona. Los hay que tienen una visión aterradora de Dios como implacable juez de nuestros actos, y por ejemplo, quizá ellos tendrían que protestar todos los días por la destrucción del planeta, de la Creación (¿qué hará el calentamiento global, al fin, sino abrasarnos con sus llamas?). Los hay en cambio que tienen una visión del Dios comprensivo, que confía en el género humano y en su capacidad de obrar bien. Esos seguro que estarán trabajando para mejorar el mundo en la medida de sus posibilidades, sea ayudando a los pobres de su barrio, investigando y buscando nuevas vacunas en los laboratorios o colaborando en las partes más humildes de la Tierra... También se puede protestar pacíficamente, aun a riesgo de que nos llamen vándalos y extremistas. Aunque nos llamen a todos "perroflautas". No salgo de mi asombro. En este orden (desorden) de cosas, "mi no entender".
(La imagen de cabecera está tomada de Periodismo Humano. Una indignada (¿perroflauta?) de 95 años, protestando por el caos que nos rige).
domingo, 9 de octubre de 2011
Las cuentas del mal
Esa frase, aquella de “llevar cuentas del mal”, es bíblica. La he escuchado en bodas y misas varias, entre los textos de obligada lectura. Me gusta la estética de la frase aunque no, obviamente, lo que simboliza, que es el rencor, el resentimiento. Dentro del proceso de maduración de una persona, del paso hacia la edad adulta, está como condición necesaria la superación (o el intento, al menos) de algunos de los defectos típicamente humanos, de algunas de nuestras clásicas debilidades. Serían aquellas actitudes poco saludables, poco prácticas, simples y primarias. Procuro tomármelo en serio y, cuando me descubro a mí mismo atascado en tales lodos, de verdad que me sabe mal. Uno de esos defectos primarios y a la vez tan naturales en el hombre es el rencor, pero no es el único: la envidia, la vanidad, la inseguridad, el egoísmo… No molan pero a veces nos pillan con la guardia baja, en baja forma, cansados o directamente encabronados. Toman rápidamente posiciones en nuestra cabeza, ocupan por un rato nuestro ánimo y hasta nos cambian el sabor de la boca. La verdad, me resulta molesto.
En los últimos meses he estado metido en un asunto muy bonito y muy costoso; el que me conoce ya lo sabrá porque lo he repetido mil millones de veces. He estado recopilando la historia de mi equipo del alma, el Club Baloncesto Murcia, localizando y entrevistando a algunos de sus protagonistas en el pasado, buscando información y tratando de difundirla de la mejor manera posible en Internet. El proceso concluyó con la autoedición (gracias a mi mujer) de un libro que recoge y guarda todo este trabajo para la posteridad. En el camino he ido recibiendo constantes palabras de agradecimiento y de ánimo por parte de mucha gente: de los mismos personajes que entrevisté, desde dentro y fuera del baloncesto, de personas directa o indirectamente conocidas y de gente a la que ni siquiera conozco en persona. Es muy satisfactorio y hace que cualquier esfuerzo merezca la pena. La última estación ha sido la presentación del libro, el pasado día 6 de octubre, en FNAC, y hasta ese último momento he ido sumando nuevas muestras de afecto y reconocimiento. Las menos han venido de parte del propio club, de su actual equipo directivo. Con las menos quiero decir que el agradecimiento y el afecto ha sido nulo, inexistente. Y claro, yo quiero ser maduro pero no dejo de ser humano y, por tanto, no dejo de ser imperfecto por naturaleza (de ahí que cuando erramos decimos aquello de “somos humanos”). En resumen: me ha entrado la mala leche y el rencor.
El problema viene al asociar sin remedio al actual equipo directivo del CB Murcia con el propio CB Murcia, con esa institución a la sigo y apoyo desde que era un tierno zagal, cuando eso de la maduración solo me remitía al estado de la fruta. Ahora que el que madura soy yo, me veo sintiendo una buena dosis de rencor hacia el club de mis amores. Ahora me duele haber hecho algo de lo que hasta ayer me enorgullecía: de haber estado pagando mi abono durante los cuatro últimos años, cuando gozaba de un pase de prensa gratuito y no necesitaba el abono de pago. Habré soltado cerca de 500 euros en este tiempo, mientras iba dejando el carnet a unos y a otros, tratando de ayudar al club y de difundir el baloncesto. Valiente locura, pienso, ahora que siento el resentimiento de un amante despechado.
Dicen los que entienden que la insatisfacción se transmite con más alegría que la satisfacción, aunque dicho así, suene contradictorio. Imagino que lo habréis oído otras veces: un cliente insatisfecho rajará de tu negocio varias veces más de las que lo alabará un cliente satisfecho. Como especie, lo que más nos gusta es rajar y quejarnos, y nos gusta incluso sumirnos en el resentimiento. Por eso, quizá, hay más canciones de desamor, más películas dramáticas, más libros tristes… Como decía antes, no me gusta nada embarrarme con tales sentimientos. Cuando contemplo desde fuera a una persona que los tiene, esa persona me da cierta pena. Sentir resquemor, llevar cuentas del mal, no mola nada y es una pérdida de tiempo. Hay quien solo confía en eso, en el tiempo, como sanador de tal dolencia. Yo confío en mi cabeza y en el sentido común. También en el sentido práctico que tanto me enfada a veces, pero que en otras cosas es absolutamente necesario. No es práctico sentir rencor, no satisface. Algo de razón tenían los filósofos estoicos, aunque al final se pasaran de rosca.
Este fin de semana ha empezado la liga ACB. Por primera vez en 23 años, he escogido voluntariamente otra actividad en lugar de a ir ver en directo a mi CB Murcia. Vaya, resulta que esa otra actividad es verlo por la tele, qué cosas… He dejado actuar al rencor durante un rato y cuando ha empezado el partido el que ha actuado he sido yo. Me he levantado un par de veces del sofá, he reprimido algún grito y he discutido decisiones arbitrales como si el colegiado pudiese oírme. Le he reprendido por su poco criterio y he vuelto a sentarme. Dejar de ir al Palacio es algo que jamás pensé que haría, es un acto de rencor, de cabezonería. Es poco práctico y primitivo, pero aunque muchas veces me joda, he de reconocer que soy un ser humano.